Villaviciosa de Tajuña (Guadalajara)
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Los pueblos no son un frío trazado de calles y edificios, sino organismos vivos, tejidos multicelulares cuyo desarrollo evolutivo podría estudiar también la Biología. Al arrimo de un manantial, de un pozo o de una fuente, al amparo de unas murallas, junto al rumor de algún río o buscando la luz más alta de los cerros, nacieron muchos pueblos; y luego fueron creciendo impulsados por el giro de sus molinos o por la promesa de sus alhóndigas y de sus huertas. Siglo a siglo, fueron alargándose sus calles ensanchándose sus olivares o sus campos de trigo y, a la sombra de sus torres, fueron poblándose sus casas.
Muchos llegaron a alcanzar destellos de un inimaginable esplendor; pero en algún momento se estancaron y se inició su declive. Después los libros de Historia han intentado explicar las causas por las que sobrevino su decadencia: una batalla perdida, unas fronteras que quedaron fijadas un poco más acá o más allá de sus dominios, un tren que dejó de pasar por allí, una mina o una fábrica que cerró, unos campos que dejaron de dar fruto...todas esas causas están escritas con tinta negra en el oscuro calendario de algunos pueblos, aunque tal vez es en la misma condición de las piedras donde está profetizado su verdadero destino.
Tal vez son las piedras las que llevan escritas en sus bordes las fechas de su propio desgaste, como un código genético que está mas allá de las batallas o más allá de las cosechas; y semejante código actúa como una predestinación mineral que jamás dejará de cumplirse. En el sucederse de las generaciones y en el discurrir de los imperios, hay un momento en el que las piedras de las casas se vuelven melancólicas, los caminos comienzan a hacerse cada vez más estrechos y es entonces cuando los pueblos, como flores viejas viejas y cansadas, comienzan a languidecer.
Pedro González Moreno